miércoles, 2 de diciembre de 2015

MATRIMONIO UN CAMPO QUE CULTIVAR.

La humanidad desde un inicio, ha ido descubriendo la capacidad de ser diferente, eficiente y solidaria. Todo ser humano desde su concepción recibe facultades y dones, estos últimos siempre debemos de cultivar.
Entre las facultades podemos evidenciar que Dios, nos brindó la inteligencia, la cual nos permite diferenciar entre el bien y el mal. Pero Dios es misericordioso, y nos regaló la libertad, facultad por la cual el ser humano siempre debe elegir el bien, demostrando de esta manera su facultad última, su capacidad de amar.
Cuando la persona adulta, asume el compromiso de unirse, en matrimonio, con otra persona, asume que tiene la necesidad brindarse hacia el cónyuge. Dios nos brinda un campo, y nos dice, como le dijo a Don Bosco: “He aquí el campo que tendrás que arar”.
Ciertamente el campo que Dios nos ha obsequiado, nuestro cónyuge, necesita de nuestra entrega. Es imposible que el matrimonio parte de dos, puesto que nace en tres: Esposo – Dios – Esposa. Es necesario, como cónyuge, aprender a esperar, mirar adelante y saber cultivar en el corazón la certeza de que lo que está haciendo dará mucho fruto, frutos de santidad, una santidad de castidad matrimonial y de servicio hacia la evangelización.
Pero todo campo es diferente y difícil de cultivar. Cada persona es única, y nunca se debe esperar que el cónyuge cambie… no jamás. Lo que se debe esperar el cambio en uno mismo, de manera que el cónyuge se sienta querido, amado y sobretodo valorado como persona.
Es de suma importancia, e este momento, que el cónyuge se manifieste con la testarudez del campesino por el sembrado de su campo. Acaso el campesino descansa ante las plagas, o inundaciones que pueda sufrir su campo. No, puesto que siempre ve con ojos nuevos, siempre tiene un nuevo día para seguir mejorando la tierra que tiene, tierra que Dios le ha confiado.
El cónyuge debe aprender a amar lo que será mañana, amar lo que con detalles sabe que podrá conseguir en su relación matrimonial; esta es la única manera de fortalecer el matrimonio. El mirar el mañana nos permite tener esperanza y fe en que nuestro matrimonio crecerá a la luz de Dios Padre. Es por eso necesario que los esposos aprendan a creer el mañana, a creer en sus proyectos, en su amor. A saber que el mañana se construye con los detalles del hoy.
De esta manera el matrimonio se nutre, puesto que los cónyuges se sienten amados por lo que son y en lo que son. En este momento y solo en este momento, en el cual la pareja madura su amor; aprenden a contemplar la situación matrimonial, su situación matrimonial, una contemplación con la misma mirada de Dios.
Al contemplar el matrimonio con la mirada de Dios, se aprende a ver el matrimonio como una lucha constante de purificación y abrillantamiento del alma hacia el cónyuge. Y es que si no vemos el matrimonio como un camino santidad, como una opción de ir al encuentro del cónyuge en las situaciones y en los lugares en que se encuentra, para comunicarle, en todo momento y con detalles el amor que se siente, jamás entenderemos que significa entrega hacia el otro; y ya podemos dejar de lado la palabra solidaridad para con los demás.
Demostrar que somos portadores del amor de Dios al cónyuge, es necesario para ser ejemplo para nuestros hijos. Enseñarles que el matrimonio es una opción de vida voluntaria y que nos permite ve la vida con alegría. Una vida que cultiva la ascesis como instrumento de entrega hacia el otro, pero sobretodo una vida de entrega a Dios a través de la vida sacramental.

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