LOS HIJOS, REFLEJO DE NUESTRO ACTUAR.
Por: Lic. José Augusto Huertas Mogollón
Padres, hermosa tarea que Dios nos
regala, claro no a todos, pero a los que Dios nos permite ese privilegio, nos
invita a una reflexión del compromiso asumido desde el fortalecimiento de cada
uno de nuestros talentos.
Ser padre implica mucho, desde una
concepción de matrimonio, familia y padre o madre. Pero qué sería de un padre o
una madre si no aprende a desaprender de los propios errores que va cometiendo,
de no aprovechar el don tan preciado que Dios nos brinda, el don del perdón;
sería como un camino bien asfaltado que une ciudades, pero que nunca se le
realiza un mantenimiento adecuado y serio; por lo tanto el camino se va
perdiendo.
La tarea de ser padre empieza en el
momento que por voluntad propia y libre, asumen la categoría de cónyuges,
cuando al momento de brindar el consentimiento, asume que esta abierto a la
vida. Claro una vida de amor y entrega, no solo al cónyuge, sino que a través
de ese amor, una entrega hacia los hijos por el bien de ellos y el propio.
En este contexto es cuando surgen
preguntas como ¿Quieres criar hijos felices? - Pero empecemos por el principio.
Lo primero que todo padre debe manejar es qué concepto tiene de felicidad.
Muchos piensan que ser feliz es brindar todo lo que los hijos solicitan,
convirtiendo a los padres en sus benefactores, es aquí cuando los padres
olvidan muchos valores, que más adelantes detallaremos. Otros piensan que ser
feliz es lograr triunfos en la vida, triunfos de diferente índole; ya sean
personales, profesionales, etc. Logrando así inculcar en los hijos que el
prestigio es lo que cuenta. Otros, los más “locos” para muchos, la felicidad
consiste en Ser para Servir. Ahí está el detalle, cuán Ser somos y cuánto
estamos dispuestos a Servir.
La persona, y este es el principal
deber de los padres, debe aprender a reconocerse valiosa, única e irrepetible,
que su vida fue deseada por amor y que por amor está en este mundo. Si la
persona empieza a valorarse, a quererse desde el propio ejemplo de los padres,
aprenderá a disfrutar de cada uno sus dones, dones que son regalo de Dios desde
la perfección de sus debilidades.
Pero surgen muchas interrogantes en
este camino de aceptación y valía personal. No debemos dejar de mencionar que
todo este camino no es color de rosa, sino que surgen en el caminar diario,
muchos escollos como los que hoy vivimos.
Hoy en día se vive el relativismo, el
cual pregona y defiende que cada uno tiene su propia verdad y que debe defender
cueste lo que cueste; sin importar lo que piensen los demás, dando paso a una
intolerancia hacia todo aquello que saca de la zona de confort, no olvidemos de
mencionar que hay que integrar las influencias que tienen los hijos y lograr un
equilibrio en su educación, aquí es el momento en que los padres tienen el deber
de ser modelo para sus hijos, un modelo que consolide su educación en valores
desde su propio ejemplo. Hoy debemos consolidar nuestro actuar en los hijos ya
que se vive una época en la que por el propio idealismo, basado en el “ojalá”
desaprovechamos y damos un uso pobre de nuestros talentos y que muchas veces,
nosotros los padres, fortalecemos esta realidad al hacer creer a nuestros hijos
que no son buenos para nada, motivo por el cual ellos no aprenden a solucionar
sus problemas, cayendo en una vida de desosiego y desesperación ante los
problemas.
Es hora que los padres empiecen un
camino de dar importancia a la capacidad que tiene cada hijo, de aprender a
disfrutar lo que se decide y hace, que ame y se apasione por aquello que
realmente le hace feliz y aquello que muchas veces nosotros destruimos con
nuestro actuar como padres que queremos imponer nuestros sueños y no defendemos
sus propios sueños.
Y ¿cuáles son los sueños que tienen
nuestros hijos? - Tarea grande que tienen los padres, tarea de aprender a
conocer y aceptar a cada uno de sus hijos. Cuando se habla de sueños de los
hijos, se debe empezar por aceptar a cada uno de ellos como personas
diferentes, que cada uno tiene sus propias cualidades y debilidades. Se trata
de aprender a hacer que los hijos descubran con el ejemplo de los padres, a
valorar y vivir los principales valores de la vida, que aprendan a ser personas
auténticas, personas de buscan en todo momento hacer la obra bien hecha, que
aprenda con firmeza desde el amor que se les brinda, desde una oración hecha
labor, a valorar la entrega y compromiso de servir por amor al prójimo en la
complacencia de Dios Padre; un padre misericordioso que escucha, atiende y
acompaña en todo momento. Recordemos “Los hijos beben lo que los padres viven”.
Si los hijos aprenden de sus padres a
olvidar el conformismo, el cual empobrecer y debilita el espíritu, si aprenden
a gastar su vida por el bien común, si los hijos aprende a vivir con pasión lo
que para ellos les proporciona felicidad porque los demás se siente felices con
su actuar en bien del prójimo, si los hijos aprendieran que Dios es el único
que te alimenta y fortalece tu espíritu, que es el sostén de la persona y de la
familia; habremos logrado mucho y creo que nuestra obra sería muy fructífera
para el futuro de la sociedad.
Para esto es necesario que los
propios padres re-evalúen constantemente su actuar, que aprendan a vivir en los
nuevos patios de convivencia social, patios como Facebook, WhatsApp, Instagram,
etc. Don Bosco, el santo de la juventud, decía; “De la sana educación de los
jóvenes, dependerá la felicidad de la sociedad”. Clara alusión a una
educación que parte del estar con ellos, de brindar presencia en todo momento,
de saber escuchar y acoger, de saber guiar desde una oración hecha labor, de
aprovechar los nuevos patio en los cuales se encuentran los hijos. Si nosotros
los padres no aprendemos a estar con ellos, a disfrutar de sus actividades, si
no aprendemos a ceder, a negociar pero sin dejar de lado nuestros principios de
vida y sobre todo vivir con firmeza y a exigir desde el ejemplo, habremos de
dar cuentan de una vida que Dios juzgará según su parecer.
Es por ello importante que los padres
sean el ejemplo claro de la verdad, de libertad, de capacidad de crecer en
nuestro interior, de justicia, de equidad, de fraternidad hacia una auténtica
solidaridad; de ser imagen de espiritualidad, imagen de oración, imagen y
semejanza real de la presencia de Dios en nuestra vida.
El Ser de una persona, radica en su
humildad para solicitar ayuda, en su valentía para afrontar todo aquello que no
deja crecer en libertad y sobre todo en la tolerancia de aceptar y convivir con
los demás sin ofender por ideas diferentes a las nuestras, pero sin dejar de
vivir en gracia de Dios la cual nos cuestiona y cuestiona a los demás. Solo así
los hijos aprenderán a vivir realmente, dejando de lado satisfacciones vanas e
instantáneas que solo hacen reducir el vivir feliz a pequeños actos que pasan
rápidamente, y tomar consciencia que deben basar su felicidad en hacer las
cosas bien hecha por amor a los demás.
Finalmente, quisiera enfatizar en que
si los padres, no son el ejemplo vivo de santidad, un ejemplo que vive desde su
realidad la felicidad de SER persona,
de disfrutar lo que se tiene y de soñar despierto a través de un proyecto de
vida enfocado en lo que Dios nos pide nos costará más al momento de exigir lo
que no vivimos. Aquí podemos ver la importancia de un proyecto de vida, el cual
permite trazar rutas y metas a conseguir con el amor. Pero si los padres no
cuentan con este proyecto, ¿Cómo guiarán la vida de sus hijos?
He ahí la importancia del proyecto de
vida. Un proyecto que parte de tomar en cuenta que primero es el trabajo luego
la devoción, es decir, que el ser humano tiene la imperiosa necesidad de
santificarse con su trabajo y con su familia de la mano de la gracia de Dios.
Si se aprende a vivir con un proyecto de vida, se aprenderá a cambiar las
palabras, a brindar acogida en cada gesto y mirada, a aprender a ser persona y
amigo auténtico para cada uno de los hijos.
Solo así nuestros hijos tendrán un
modelo a seguir, un modelo que con el ejemplo le arrastra, que demuestra que
sus padres son una persona humana imperfecta y que a la vez busca la luz de
Dios para fortalecer su fe con sus actos. No es una tarea para amilanarse,
antes bien, es una tarea de valientes que toman conciencia que su felicidad
será la felicidad de los demás, demostrando a los hijos que cada vez que se
debe convivir con honestidad buscando que las personas de mi entorno se sientan
contentos de haberlo de nuestro actuar, logran alegría. De esta manera la
dinámica familiar se fortalecer y se enraíza en el corazón y alma de los hijos. Es decir, que con manos y corazón forjamos a
la familia en oración.
Sé que es una tarea difícil, pero
tengo plena confianza que con Dios y su gracia, la tenemos más fácil.
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